El fanatismo de los hinchas de San Lorenzo, en la tinta de un escritor
Eduardo Sacheri es un escritor argentino,
principalmente conocido por su novela “La pregunta de sus ojos” en la que se
basó la película de Juan José Campanella, ganadora de un oscar en 2010.
Sacheri, también se destaca en la literatura futbolística. Algunos de los
libros más conocidos que publicó sobre este género son: “Esperándolo a Tito y
otros cuentos de fútbol” (2000) y “Lo raro empezó después” (2003).
Precisamente en “Lo raro empezó después”,
hay un cuento dedicado al fanatismo sanlorencista titulado “El golpe del
hormiga”, en el que un grupo de amigos logra entrar de madrugada al
supermercado “Carrefour” –construido sobre las bases del Viejo Gasómetro-,
sorteando la vigilancia, para arrancar una cerámica y sustraer tierra de donde
jugó el Ciclón por última vez en 1979.
El siguiente fragmento forma parte de una de
las últimas frases del cuento:
“El Hormiga, olvidado
de su papel de estratega, da vueltas y saltitos asomándose sobre las cabezas
inclinadas, y repite como loco: “Ahora sí, muchachos. Ahora van a ver. Ahora se
nos da. Es cuestión de sacar de acá y poner allá, en el Bajo. Se acabó la
malaria, van a ver, se los juro”. Y Bogado siente, mientras golpea frenético el
cemento, que es verdad, que es cierto, que esta vez se corta el maleficio, y
que son ellos los ángeles custodios del milagro”.
Más allá de que se
trate de un cuento, definitivamente el fanatismo por el fútbol no es racional,
porque también hay prueba viviente de ello. Quedarán en el recuerdo, aquellos
sanlorencistas que guardan como tesoro en sus hogares aquellos tablones de
madera del Viejo Gasómetro, pedazos que fueron arrancados de su lugar, con el
fanatismo irracional en su máxima expresión, aquel día que el club abrió sus
puertas por última vez.
Por si alguien se
quedó con las ganas, la historia de Sacheri termina así:
“El Hormiga se
adelanta. Los demás le abren un espacio en el medio. Se hinca con la dignidad
de un sacerdote egipcio que se dispone a escrutar las más oscuras trampas del
destino. Sergio levanta la linterna y le ilumina las manos mientras recoge
trocitos del tesoro en un frasco de vidrio. Cuando termina se pone de pie. Alza
el brazo derecho con el frasco en alto. Vacíos de palabras, los ocho se apilan
en un abrazo. Tardan en destrenzarse. A una orden del Hormiga salen disparando
hacia una salida de emergencia.
En la cabina de
control de cámaras, un guardia frunce el entrecejo. Otro le pregunta qué le
pasa. El guardia piensa antes de responder. Esos monitores color son muy
lindos, pero todavía no se acostumbra. Igual contesta que no pasa nada. Teme
que su compañero piense que está loco si le dice que creyó ver, a la altura de
la góndola de los fideos, pasar corriendo a unos tipos vestidos con camiseta de
San Lorenzo”.
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